Soy tan peculiar que jamás pensé que esa chica,
piel clara, ojos verde pasto y cabello negro largo hasta su cintura, me
prestaría atención. Me gustaba su perfume, me gustaba tenerla cerca aunque no
nos conociéramos pero, un día tuve la valentía y todo cambió.
¡Yo le gustaba! Y nos conocimos, y supe de ella
y ella de mí, nos enamoramos como adolescentes conociendo por vez primera el
amor de sus días. Ahora mismo tenemos 4 años de relación, tantas veces hemos
tenido relaciones, pero sin duda alguna, hay una que no puedo olvidar.
Esa noche fuimos a cenar en un restaurante
importante de la ciudad. Entramos, yo con mi camisa de vestir negra, manga
corta y ajustada a mi cuerpo, con mis zapatos de vestir y el jean negro, ah, y
mi cabello más corto de lo normal. Ella con su vestido blanco y corto, muy por
encima de las rodillas, lo adoraba porque veía esas piernas níveas que tan loco
me volvían. Pero sin duda, lo que más me volvía loco era ese diseño del vestido
en su espalda que le dejaba casi desnuda. Su calzado, tacones altos color
dorado, nos hacían vernos de la misma estatura pese a que ella es mucho más
baja que yo. Pero ahí estábamos, entrando, sentándonos y ella dejando su
cartera de mano sobre la mesa. Estábamos comiendo y aun así, su fragancia dulce
y tenue podía oler. Recuerdo que le tenía una sorpresa de la que ella era
partícipe pero desconocía.
Al terminar, fuimos a una casa que yo había rentado
justo para esa noche. Antes de entrar tapé sus ojos con una banda oscura, yo delante
y ella siguiéndome mientras se guiaba con mi hombro, le llevé al cuarto.
Le acosté en la cama, le quité su calzado, besé
sus pies y mi camino eran sus piernas. Mordisqueaba su muslos, subía y daba
besos encima de su vestido e insaciable tocaba sus piernas hasta llegar a sus
labios. Pidió destaparle sus ojos, a lo cual me negué. Le di la vuelta y ella
boca-bajo, sentía en sus nalgas la erección dentro de mi pantalón. Quitaba el
nudo de su vestido y volví a darle la vuelta hasta tenerla frente a mí, su olor
me excitaba mucho, ese perfume…
Acto seguido quité su vestido y ella con su ropa
interior, yacía en mi cama, pues me levanté para observarle mientras me quitaba
la ropa hasta quedarme desnudo. Tomé mi teléfono y conecté los auriculares que
puse en sus oídos, coloqué una música que había dejado preparada con
anterioridad. Y ella sonrió cuando comenzó a escuchar la Sonata Claro de Luna por
Ludwig van Beethoven, a muy bajo volumen, suficiente para la ocasión, ella ya no
me escuchaba.
La cama que tenía en sus cuatro esquinas,
amarres para sus extremidades, las tomé para atarla. Ella me dijo que estaba
loco, a lo que yo asentí. Me preguntó qué haría y le ordené que hiciera
silencio. Estaba atada por sus dos muñecas, por la parte más baja de sus pantorrillas
dejando un poco rígidas sus piernas. Subí sobre ella para besar su cuello y
así, en sus labios. Mientras rozaba con mi pene erecto en su clítoris oculto
bajo su ropa interior, desbotoné su sostén negro y tirándolo al piso del lado
derecho de la cama, succionaba sus pezones rosados. Ella intentando revolverse
en la cama era detenida por las ataduras en la cama. Me mataba cómo resaltaba
su piel blanca como la nieve, cómo su piel se erizaba cuando rozaba mi miembro
en su sexo y al mismo tiempo gemía mi nombre. Por último, me deshice de su
última pieza íntima. Tengo que decir que tuve que soltar las ataduras para
poder hacer esos cometidos y además, volverla a sujetar a cada una de las
esquinas de la cama.
Me levanté y la idolatré, ella perdida escuchando
las melodías de la Sonata claro de Luna y yo tomando un hielo que había en una
gabera colocada allí para la ocasión. Me subí en la cama arrodillado entre sus
piernas y dejando caer gotas de agua provenientes del hielo en su sexo, echaba
un gemido. Su piel más aún se erizaba y las gotas cayendo por unos segundos en
el mismo punto. Iba subiendo y las gotas cayendo en su pelvis, en su abdomen y
luego me centré en su pecho, en sus pezones erizados, gemía de esa sensación de
no saber cuándo y dónde caerían cada gota, dónde haría más hincapié y donde
pasarían mucho más rápido la visita en su cuerpo aquellas gotas heladas, y ella
nuevamente gemía mi nombre entre las melodías de Beethoven.
Prontamente de estar un rato paseando gotas del
hielo en su cuerpo, a muy poco de consumirse, lo dejé dentro de su ombligo y me
levanté. Mientras escuchaba sus gemidos, busqué un vibrador y comencé a
estimular su clítoris. Los gemidos eran más intensos y ella trataba de moverse
inquieta por el placer. Usaba mi lengua, oralmente me inundaba de ella, de su
sexo y sus fluidos. Pero la mejor parte ahora vendría.
Tomé un cigarrillo, lo encendí, ella sonrió un
poco agotada pidiendo a que le diera un poco de mi cigarro. Sonreí. Además,
encendí una vela aromatizada a fresas a la que ella echó una profunda
inhalación. En aquel cuarto frío había una mezcla de olores difíciles de
explicar, pero me gustaban y a ella mucho más.
Dejando que la vela se consumiera un poco,
coloqué el cigarrillo en su boca y ella dio un jalón. Quité un auricular de sus
oídos, susurré a que se preparara y se lo volví a colocar. Se puso seria y
frunció el ceño. Lo hizo, nadie más que ella sabe cuánto me gusta que frunza el
ceño. El esperma de la vela comencé a dejar caer en su pecho y alzó su torso de
la cama echando un fuerte gemido y así continué por sus pezones bastantes
instantes, intensificando el calor del esperma en su piel y haciendo un camino
por su abdomen. La vela derretida caía y se secaba, ella gemía a que no me
detuviese. Así sucedió en su sexo y en sus piernas. Luego, me levanté
rápidamente hacia la cava de hielo y tomé otro más. Ahora dejaba caer las gotas
frías de hielo, vela derretida y caliente en su piel, haciendo que ella se
moviera, tiraba de las cuerdas que la ataban a la cama y estuve unos 3 minutos
en esa acción. Por último, apagué la vela y el hielo lo metí en su boca. Me
puse encima de ella y comencé a besar sus labios hasta que metí mi miembro
dentro de ella empezando a follar.
Las embestidas fuertes y sus gemidos en mi boca
me hicieron cambiarla de posición, estaba tan excitado que iba a correrme,
aunque ya ella lo había hecho varias veces antes y durante esa etapa del acto.
Le di vuelta, volví a atar sus brazos pero sus piernas las dejé libre y ella
levantando su culo, pedía a que le follara. Y así transcurrió mientras tomaba
su cabello y sus nalgas golpeaban mi pelvis. Dios, veía ese lunar en su nalga
izquierda como un punto, me volvía loco de placer. Por último, la dejé libre,
quité los auriculares de sus oídos y la monté encima de mí, como una diosa me
cogió y yo viviendo el placer de la vida, me corrí dentro de su cuerpo. Se echó
agotada en mi pecho mientras poco y débilmente se movía diciéndome que me amaba,
me espetaba que fue la mejor noche de su vida.
De sus palabras un poco de mentira, pues aunque
para mí también lo fue, las siguientes veces también fueron las mejores noches
de su vida.
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