Pensé tanto para decirte esto y
creo que llegó el momento, porque lo que nunca pudo ser, ya no será
lastimosamente.
Estaba tan solo en aquél cuarto
a cientos de kilómetros de ti y de mi familia, deprimido; pensando en cómo mi
vida se desmoronaba cada día más. Pero aun creía que tu amor por mí, era lo que
me daba las fuerzas necesarias para seguir. Ya no importaba mi carrera, ya no
importaba cuántas materias reprobara, ni el hambre que pasaba los días que no
tenía dinero, solo quería que no te alejaras de mí. Pero para suerte mala como
la mía, era lo que ocurría. Me aferraba a que esa noche solo estaba soñando y recuerdo
cuando me llamaste cantabas esa canción; recuerdo que lloramos, recuerdo además
cuando decías que te ibas y me llevarías contigo cuando regresaras. Pero ni te
fuiste, ni me llevaste, solo te alejaste de mí con una cadena de mentiras que
ataste a mis manos para que nunca te soltara y siempre estuviese tras de ti.
Esa noche fue una de las peores.
Luego volví a mi ciudad, esa
donde nos conocimos ¿lo recuerdas? Nos sentábamos todos los días como
adolescentes enamorados en un rincón de la escuela y a la misma hora de siempre
pasaba ese niño que nos veía curiosamente con gracia y nos reíamos. Nuestra
ciudad, donde todo comenzó y donde ese día todo terminó.
Tú esperando una llamada en Skype
y yo decidiendo abandonar mis evaluaciones y tomar un bus para recorrer 237
kilómetros hasta llegar a tu casa. Y me planté en tu casa y te llamé a salir. Te
sorprendí y misteriosamente estabas asustada, como si algo ocultaras. Ni
siquiera me dejaste entrar a tu casa, aludiendo que tu papá estaba muy furioso
¿pero por qué? Nunca lo supe. Comenzamos a caminar por la urbanización para luego
sentarnos en un lugar que nos hacía sombra. Hablábamos de cuánto nos íbamos a
extrañar. No puedo sacar de mi mente esa mirada tenue, esos ojos verdes
penetrando mi alma: ¿por qué me preguntaste: qué pasaba? ¿Por qué te
sorprendiste cuando me perdí en tu mirada? Si te amaba, y más que a mí mismo.
¿Por qué me mentiste tanto
mientras me abrazabas y me decías: “quédate quieto, no vamos a terminar”? Y
decidiste que nos levantáramos y siguiéramos caminando a plenas 16:00 horas del
día. Pero, ¿sabes qué no puedo olvidar? Cuando me preguntaste: “¿Puedo besarte?”
Éramos pareja, estábamos más que comprometidos, tu familia me conocía, la mía a
ti, éramos eso de envidiar. No eran dos meses, no era un mísero año, eran casi
tres años y cuatro conociéndonos, no era cualquier cosa. Decidí solo decirte: “Claro
que sí, soy tu novio ¿no?” y me besaste; pero quién iba a pensar que iba a ser
el último beso que te daría, hasta que esa noche me dijeras por Skype que todas
mis sospechas eran cierta, que tenías ese alguien más que yo sabía. No querías
hacerme daño me dijiste luego, y no sabías cómo decírmelo. Era más de dos meses
que estabas con él y conmigo.
¿Cómo pensabas estar y seguir con
los dos? Muchas preguntas y pocas respuestas.
Pero hubiese preferido no haberte
besado ese día, porque ese último beso fue de seguro la prueba para ti, de que
ya no me amabas y eso fui yo, un experimento ese día.
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