febrero 2017 ~ Pensamiento y Poesía

Bienvenido; aquí encontrarás parte de lo que escribo. Escritos líricos y poéticos con rimas y sin ella, escritos en prosas y experiencias de mi vida. Cada entrada que leerás tendrá un sentimiento distinto, poemas con algún significado real y que tu lo interpretarás. Intenta descubrir que puede haber en mi mente y vas a sorprenderte.

¿Se puede amar tanto a alguien?

MI AMIGO, ¡CUÁNTO TE NECESITO!

ENTRANDO A OTRA VIDA

PENSABA EN REALIDAD, CÓMO TE QUIERO

ME TENGO QUE IR

¡Hola! ¿Cómo te va?

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martes, 14 de febrero de 2017

La oscuridad de mis pensamientos siempre cae en total dominación por mí ser, domina mi cuerpo, domina mi instinto y domina mis emociones. Sí, esa oscuridad que me da placer y que tú conoces. Hoy 14 de febrero, una fecha que para mucho es especial, para otros es comercial; para ti y para mí, una excusa más para no salir de nuestras sábanas, humedeciendo tu ropa interior, con roces de mis piernas con las tuyas y mis dedos jugueteando con tus pezones, rosados y pronunciados.

“¿Por qué esta oscuridad me proporciona una sensación de lujuria? ¿Por qué te gusta tanto? ¿Acaso eres tal cual yo soy?” esas preguntas que me hacía días antes de pedirte que fueses mi novia. Y qué bueno que lo hice.

Hoy me levanté de la cama como todas las mañanas y con una erección evidente, sin embargo, aunque quería hacerte el amor tú estabas durmiendo; roncabas tan livianamente y era tan dulce verte. Entre mis pensamientos oscuros, me incliné hacia ti y besé tus labios finos y provocativos, porque no pude aguantarme. Recordé con ese beso, que nada te había comprado para este día. Y aunque sé que no le prestas atención a lo material en tal fecha, siempre termino dándote tan siquiera una rosa roja al despertar.

Dejé mi silueta en la cama, entré al baño y tomé una ducha. Pensé en masturbarme, pero hoy sabía que iba a ser un día muy pero muy caliente e interesante. Sentí que te levantaste, entraste al baño y me diste los buenos días y cepillaste tus dientes. Abrí la puerta corrediza y viéndote con tus senos desnudos; en ropa interior: te invité a bañarte conmigo. Dijiste que no, con una cara desinteresada. Pero luego justo cuando iba a decir una palabra, sonreíste. Añadiste que era una broma y reíste encantada. “Me encantaría tomar una ducha contigo, cariño”, espetaste. Te quitaste lo que quedaba de tu ropa íntima y te tocaste los senos como frotándolos del frío que de la habitación, entraba al baño. “Está cayendo agua caliente, ven” dije.

Con una erección muy dura presionándotela a tu espalda baja (porque eres más pequeña que yo evidentemente) y mientras enjabonaba tus senos grandes y perfectos, soltaste un gemido. Tomé mi miembro y rozándolo en tu sexo, te penetré. Te comencé a follar mientras tú te apoyabas en la pared de la cerámica azul celeste, el agua que caía sobre nosotros: caliente y derrochada, me daba una satisfacción diferente. Besaba tu cuello y tu mentón, mientras tú, con tus fuertes gemidos me excitabas muchísimo más. Me encantas tanto… no he amado nadie como a ti, ni he tenido tanto complemento en mi vida, como el que he conseguido contigo. Justo cuando iba a correrme, tú lo hiciste conmigo y tuve que sujetarte porque el orgasmo te debilitó las piernas. Me fascina cuando eso sucede.

Te acostaste otra vez, luego de traerte el desayuno y te dormiste. Me puse cómodo para revisar mi ordenador al lado de ti, en la cama. Admito que cuando duermes boca abajo, sin sujetador y con pantis negras, tú piel blanca resalta mucho y me excita. Te veía, pero me sumergí otra vez en mi laptop.

Pasaron dos horas, te volteaste y te despertaste. Te inclinaste hacia mí y dijiste a mi oído que querías que te follara duro y te zumbaste nuevamente en la cama. Así que, dejé mi laptop en la mesita de noche y me quité mi bóxer. Me acerqué a tu cuerpo, a tus labios y te besé. Seguía besándote y jugueteabas queriendo succionar mi lengua, y luego, mientras te veía a los ojos: acariciaba, tocaba y apretaba tus tetas.

Me monté encima de ti, justo a la medida de tus senos. Abriste tu boca deseosa a que metiera mi miembro allí. Y lo hice. Comenzaste a chupármela mientras que con tu mano izquierda me masturbabas. Era increíble como tu lengua colocaba tan vulnerable y excitado mi cuerpo, como siempre. En ese momento, entre tus senos que follaba con mi pene, masturbándome con ellos y viéndote sonreir, supe lo que debía hacer posteriormente.

Me detuve, me alejé y te devolví la sonrisa. Estiraste tus piernas a lo largo de la cama y te bajaste lentamente la ropa interior. Me coloqué entre tus piernas, las abrí y me sumergí con mi lengua en tu clítoris: chupaba, saboreaba tu jugoso líquido producto de tu excitación, metí mis dedos para ayudarle a mi lengua con esa excelente y grandiosa labor de darte placer. Me agarraste por el pelo justo cuando ibas a correrte y me subiste de un tirón arriba, me besaste y rápidamente si dejarme hacerlo yo, metiste mi pene en tu vagina. Justo allí, me agarraste y apretaste las nalgas y me empujaste hacia a ti. Qué magnifico momento en el que comienzas a gemir fuertemente a milímetros de mi boca orgásmica diciendo que no me detenga, es asombroso. Mis compases eran rápidos, más que lentos. No me aguanté y comencé a besarte, mientras disminuía mi rapidez de envestida: “oh, vamos” me dijiste.

Me separé de ti un poco mientras te agarré de la cintura y te follaba muy rápido. Me encantaba porque veía como tus senos blancos con sus perfectos pezones rosados saltaban y de momento, te los agarrabas. Era estupendo. Me tumbé para besarte por el cuello mientras te cogía y, me tomaste por el pelo, succionaste deliciosamente el lóbulo de mi oreja izquierda y me susurraste más que con tu voz: tu aliento, que no me detuviese.

Entonces me detuve. Te volteé y me monté encima de tu femoral y subí hasta tus nalgas, que son pequeñas a comparación de tus tetas y que abrí y escupí tu culo, y mi saliva rodó hasta la entrada de tu vagina. Metí mi miembro y comencé a follarte lento y rápido, y así lo repetí unas 3 veces. Apoyaba una mano con tu nalga derecha y la otra en tu espalda baja. Te revolcabas en las sábanas, las apretabas con desesperación y tu gemido se incrementaba. Me di cuenta que estaba sudando cuando una gota se derramó sobre ti. Así, con mi miembro dentro de ti y sin moverme, me tumbé a tu cuerpo y busqué tus labios y los besé. Luego pensé que así podía darte un dolor en el cuello, dejé de hacerlo para comenzar a besar tu espalda pero aún no me movía.

De pronto, tú comenzaste a moverte y me quedé viendo cómo entraba mi pene en ti, lo dejaste todo dentro de ti y luego era como si estuvieses bailando en un concurso y me gustó tanto que sentí que iba a correrme, te di una fuerte palmada en las nalgas y chillaste, pero gemiste y vi que te gustó. Saqué mi pene y metí mis dedos índice y anular para masturbarte muy fuerte y muy rápido, arriba y abajo. Y te corriste. Ahí mismo, te coloqué boca arriba y me subí hasta tu boca y la follé. Tocías cuando te atragantabas y eso me encantaba. Mi cuerpo se tensionó, iba a correrme y no dudé en hacerlo en tu boca. Sentiste como mi líquido derramaba en ella y lentamente, mientras me chupabas, ibas dejándolo salir como escupiéndolo además, en mi pene. Te limpiaste los labios, chupaste tus dedos y tragaste. Vi a tus ojos y sabía que dirías algo, pero justo antes te dije: “eres la consecuencia de mi oscuridad”.

Solo respondiste: “Mojado y feliz delicioso 14 de febrero, mi amor".

domingo, 12 de febrero de 2017

Jamás pensé contar esto, unas de las anécdotas que para muchos, podrá sonar como una patraña. Pero, es así. Yo estoy muerto y he decidido contarles cómo morí y, aunque lo que leerás puede ser algo inusual, quiero que tomes discreción y si eres susceptible, no lo leas. Porque sentirás que mueres tú también.

Era martes 12 de febrero, a las 12 de la madrugada. Me encontraba durmiendo profundamente porque había tenido un día demasiado agotador lleno de estudios, investigaciones exhaustivas en busca de una estrategia para generar más dinero del que ganaba a diario.

Estaba inmóvil y aunque mi sueño era insondable, evidentemente sentía que mi cuerpo sudaba mucho. Las gotas de sudor que se hacían en mi frente parecía que hicieran competencia de atletismo para ver quién llegaba primero a mis ojos, aunque se movían muy pero muy lentamente. No pasó mucho tiempo cuando de pronto sentí un golpe al fondo de mi cama. Abrí mis ojos y me quedé perplejo viendo a la ventana que se encontraba a la izquierda de mi cama. No sé por qué, pero ni pestañaba y aun sabiendo que la vibración venía a 45 grados de la misma, algo me decía que debía levante e ir hacia ella.

Dudé en levantarme, de hecho, estaba paralizado. No podía hacerlo, pero debía; eso pensaba.

Más temprano que tarde me di cuenta que mi cama estaba mojada y asumí que era por el producto de mi sudor. No lo entendía, el aire acondicionado de la habitación estaba encendido y marcaba 18 grados centígrados. Haciendo un esfuerzo para poder moverme, logré levantar mi dedo índice de mi mano derecha.

Asimismo, como si fuese una chispa que alimentó mi cuerpo, proporcionando corriente, me moví.

Mi respiración estaba muy acelerada, comenzaba a sentirme asustado. Pensé que era una pesadilla, corrí hasta el baño de mi cuarto, tumbé la puerta sin importarme sonido alguno y encendí la luz. Me miré en el espejo, miré mis ojos, miré algo que no podía explicar.

Allí estaba mi rostro desfigurándose, se oscurecía el fondo y solo se mostraba el reflejo de un espectro y justo allí, perdí el control de mi cuerpo y otra vez, no podía moverme.

La llave del lavabo se abrió, y así como con mucha presión, no salía agua, sino excremento de olor muy desagradable y ácido. Era tan espeso que la tubería se tapó y comenzó a llenarse hasta que llegaba a su tope y se derramaba por el piso. Justo allí, el espectro me esbozó una sonrisa. Y solo dije: “Mierda”.

Salí de allí corriendo a la salida, del baño y del cuarto. A pasos agigantado y dejando mis huellas de excremento en la cerámica blanca, llegué a la cocina. Me acerqué a encender la luz pero alguien me colocó la mano en el hombro, como queriendo decirme que no la encendiera. Volteé asustado, la nevera se abrió y un huevo rodó y cayó al suelo, que al reventarse, un líquido negro se esparramó en su periferia.

“¿Quién me tocó?” pensé, me acerqué lentamente a ver ese líquido viscoso y oscuro que se secaba rápidamente en el suelo. Entonces escuché su voz:

“Morirás.” Y entonces, volteé hacia él y con quemaduras en su cara, con el pie izquierdo faltante más que un hueso que goteaba sangre, un disparo en la cabeza y un hacha en su mano, corrió hacia mí y no dudó en ningún instante en atacarme. Coloque mis dos brazos en modo de defensa como para que no se acercara y de un solo tirón, cortó mis manos cuales cayeron al suelo y dejando mis muñecas a la intemperie, me empujó contra la nevera y quedé de tal forma como si quisiera meterme dentro de ella.

Gritaba de dolor, me comencé a sentir mareado por la pérdida de sangre. Con un revolver que no me percaté que él de pronto tenía en su otra mano, me disparó ambas rodillas. Estaba sufriendo, el dolor que sentía era inexplicable. Él solo reía diciendo que yo era un imbécil. Me tomó de un brazo y me tiró fuertemente al suelo. Supliqué que se detuviese, pero como furioso por mis palabras, gritó que me callara y cortó mi pierna izquierda de un hachazo. Me estaba desmayando sintiendo el murmuro de su voz. Lo último que alcancé a ver fue su rostro desfigurado arrancando los dedos de mis pies con sus dientes horribles y descuidados. Fue allí donde con su hacha cortó mi cuello. Vi como yo luego salía de mi cuerpo, como si fuese un espíritu ambulante, él seguía mutilándome. Sacó los ojos de mi cuerpo y los extirpó con sus manos y luego, como magia, desapareció.


Ahora, que me veo allí tirado, recuerdo que el pacto que hice fue la consecuencia de mi muerte. Ahora veo tres escalones, encaminándome a esa luz que me guía a algo que siempre desconocí: Repetición de mi vida, reencarnación y paz eterna. Allí está, con quien hice el trato, riéndose de mí y de la grandeza que me ofreció a cambio de mi alma. Él, con su traje elegante y yo, ambulante. 

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Entraste en mi alma, para no salir de ella y te agarré de la mano porque pensé que nunca me soltarías, pero me equivoqué.
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