La oscuridad de mis
pensamientos siempre cae en total dominación por mí ser, domina mi cuerpo,
domina mi instinto y domina mis emociones. Sí, esa oscuridad que me da placer y
que tú conoces. Hoy 14 de febrero, una fecha que para mucho es especial, para
otros es comercial; para ti y para mí, una excusa más para no salir de nuestras
sábanas, humedeciendo tu ropa interior, con roces de mis piernas con las tuyas y
mis dedos jugueteando con tus pezones, rosados y pronunciados.
“¿Por qué esta oscuridad me
proporciona una sensación de lujuria? ¿Por qué te gusta tanto? ¿Acaso eres tal
cual yo soy?” esas preguntas que me hacía días antes de pedirte que fueses mi
novia. Y qué bueno que lo hice.
Hoy me levanté de la cama como
todas las mañanas y con una erección evidente, sin embargo, aunque quería
hacerte el amor tú estabas durmiendo; roncabas tan livianamente y era tan dulce
verte. Entre mis pensamientos oscuros, me incliné hacia ti y besé tus labios
finos y provocativos, porque no pude aguantarme. Recordé con ese beso, que nada
te había comprado para este día. Y aunque sé que no le prestas atención a lo
material en tal fecha, siempre termino dándote tan siquiera una rosa roja al
despertar.
Dejé mi silueta en la cama,
entré al baño y tomé una ducha. Pensé en masturbarme, pero hoy sabía que iba a
ser un día muy pero muy caliente e interesante. Sentí que te levantaste,
entraste al baño y me diste los buenos días y cepillaste tus dientes. Abrí la
puerta corrediza y viéndote con tus senos desnudos; en ropa interior: te invité
a bañarte conmigo. Dijiste que no, con una cara desinteresada. Pero luego justo
cuando iba a decir una palabra, sonreíste. Añadiste que era una broma y reíste
encantada. “Me encantaría tomar una ducha contigo, cariño”, espetaste. Te
quitaste lo que quedaba de tu ropa íntima y te tocaste los senos como
frotándolos del frío que de la habitación, entraba al baño. “Está cayendo agua
caliente, ven” dije.
Con una erección muy dura presionándotela
a tu espalda baja (porque eres más pequeña que yo evidentemente) y mientras
enjabonaba tus senos grandes y perfectos, soltaste un gemido. Tomé mi miembro y
rozándolo en tu sexo, te penetré. Te comencé a follar mientras tú te apoyabas
en la pared de la cerámica azul celeste, el agua que caía sobre nosotros:
caliente y derrochada, me daba una satisfacción diferente. Besaba tu cuello y
tu mentón, mientras tú, con tus fuertes gemidos me excitabas muchísimo más. Me
encantas tanto… no he amado nadie como a ti, ni he tenido tanto complemento en
mi vida, como el que he conseguido contigo. Justo cuando iba a correrme, tú lo
hiciste conmigo y tuve que sujetarte porque el orgasmo te debilitó las piernas.
Me fascina cuando eso sucede.
Te acostaste otra vez, luego de
traerte el desayuno y te dormiste. Me puse cómodo para revisar mi ordenador al
lado de ti, en la cama. Admito que cuando duermes boca abajo, sin sujetador y
con pantis negras, tú piel blanca resalta mucho y me excita. Te veía, pero me
sumergí otra vez en mi laptop.
Pasaron dos horas, te volteaste
y te despertaste. Te inclinaste hacia mí y dijiste a mi oído que querías que te
follara duro y te zumbaste nuevamente en la cama. Así que, dejé mi laptop en la
mesita de noche y me quité mi bóxer. Me acerqué a tu cuerpo, a tus labios y te
besé. Seguía besándote y jugueteabas queriendo succionar mi lengua, y luego,
mientras te veía a los ojos: acariciaba, tocaba y apretaba tus tetas.
Me monté encima de ti, justo a
la medida de tus senos. Abriste tu boca deseosa a que metiera mi miembro allí.
Y lo hice. Comenzaste a chupármela mientras que con tu mano izquierda me
masturbabas. Era increíble como tu lengua colocaba tan vulnerable y excitado mi
cuerpo, como siempre. En ese momento, entre tus senos que follaba con mi pene,
masturbándome con ellos y viéndote sonreir, supe lo que debía hacer
posteriormente.
Me detuve, me alejé y te
devolví la sonrisa. Estiraste tus piernas a lo largo de la cama y te bajaste
lentamente la ropa interior. Me coloqué entre tus piernas, las abrí y me sumergí
con mi lengua en tu clítoris: chupaba, saboreaba tu jugoso líquido producto de
tu excitación, metí mis dedos para ayudarle a mi lengua con esa excelente y
grandiosa labor de darte placer. Me agarraste por el pelo justo cuando ibas a
correrte y me subiste de un tirón arriba, me besaste y rápidamente si dejarme
hacerlo yo, metiste mi pene en tu vagina. Justo allí, me agarraste y apretaste
las nalgas y me empujaste hacia a ti. Qué magnifico momento en el que comienzas
a gemir fuertemente a milímetros de mi boca orgásmica diciendo que no me
detenga, es asombroso. Mis compases eran rápidos, más que lentos. No me aguanté
y comencé a besarte, mientras disminuía mi rapidez de envestida: “oh, vamos” me
dijiste.
Me separé de ti un poco
mientras te agarré de la cintura y te follaba muy rápido. Me encantaba porque
veía como tus senos blancos con sus perfectos pezones rosados saltaban y de
momento, te los agarrabas. Era estupendo. Me tumbé para besarte por el cuello
mientras te cogía y, me tomaste por el pelo, succionaste deliciosamente el
lóbulo de mi oreja izquierda y me susurraste más que con tu voz: tu aliento, que
no me detuviese.
Entonces me detuve. Te volteé y
me monté encima de tu femoral y subí hasta tus nalgas, que son pequeñas a
comparación de tus tetas y que abrí y escupí tu culo, y mi saliva rodó hasta la
entrada de tu vagina. Metí mi miembro y comencé a follarte lento y rápido, y así
lo repetí unas 3 veces. Apoyaba una mano con tu nalga derecha y la otra en tu
espalda baja. Te revolcabas en las sábanas, las apretabas con desesperación y
tu gemido se incrementaba. Me di cuenta que estaba sudando cuando una gota se
derramó sobre ti. Así, con mi miembro dentro de ti y sin moverme, me tumbé a tu
cuerpo y busqué tus labios y los besé. Luego pensé que así podía darte un dolor
en el cuello, dejé de hacerlo para comenzar a besar tu espalda pero aún no me
movía.
De pronto, tú comenzaste a
moverte y me quedé viendo cómo entraba mi pene en ti, lo dejaste todo dentro de
ti y luego era como si estuvieses bailando en un concurso y me gustó tanto que
sentí que iba a correrme, te di una fuerte palmada en las nalgas y chillaste,
pero gemiste y vi que te gustó. Saqué mi pene y metí mis dedos índice y anular
para masturbarte muy fuerte y muy rápido, arriba y abajo. Y te corriste. Ahí
mismo, te coloqué boca arriba y me subí hasta tu boca y la follé. Tocías cuando
te atragantabas y eso me encantaba. Mi cuerpo se tensionó, iba a correrme y no
dudé en hacerlo en tu boca. Sentiste como mi líquido derramaba en ella y
lentamente, mientras me chupabas, ibas dejándolo salir como escupiéndolo además,
en mi pene. Te limpiaste los labios, chupaste tus dedos y tragaste. Vi a tus
ojos y sabía que dirías algo, pero justo antes te dije: “eres la consecuencia de
mi oscuridad”.
Solo respondiste: “Mojado y
feliz delicioso 14 de febrero, mi amor".