Jamás pensé contar esto, unas
de las anécdotas que para muchos, podrá sonar como una patraña. Pero, es así.
Yo estoy muerto y he decidido contarles cómo morí y, aunque lo que leerás puede
ser algo inusual, quiero que tomes discreción y si eres susceptible, no lo
leas. Porque sentirás que mueres tú también.
Era martes 12 de febrero, a las
12 de la madrugada. Me encontraba durmiendo profundamente porque había tenido
un día demasiado agotador lleno de estudios, investigaciones exhaustivas en
busca de una estrategia para generar más dinero del que ganaba a diario.
Estaba inmóvil y aunque mi
sueño era insondable, evidentemente sentía que mi cuerpo sudaba mucho. Las
gotas de sudor que se hacían en mi frente parecía que hicieran competencia de
atletismo para ver quién llegaba primero a mis ojos, aunque se movían muy pero
muy lentamente. No pasó mucho tiempo cuando de pronto sentí un golpe al fondo
de mi cama. Abrí mis ojos y me quedé perplejo viendo a la ventana que se encontraba
a la izquierda de mi cama. No sé por qué, pero ni pestañaba y aun sabiendo que
la vibración venía a 45 grados de la misma, algo me decía que debía levante e
ir hacia ella.
Dudé en levantarme, de hecho,
estaba paralizado. No podía hacerlo, pero debía; eso pensaba.
Más temprano que tarde me di
cuenta que mi cama estaba mojada y asumí que era por el producto de mi sudor.
No lo entendía, el aire acondicionado de la habitación estaba encendido y
marcaba 18 grados centígrados. Haciendo un esfuerzo para poder moverme, logré levantar
mi dedo índice de mi mano derecha.
Asimismo, como si fuese una
chispa que alimentó mi cuerpo, proporcionando corriente, me moví.
Mi respiración estaba muy
acelerada, comenzaba a sentirme asustado. Pensé que era una pesadilla, corrí hasta
el baño de mi cuarto, tumbé la puerta sin importarme sonido alguno y encendí la
luz. Me miré en el espejo, miré mis ojos, miré algo que no podía explicar.
Allí estaba mi rostro
desfigurándose, se oscurecía el fondo y solo se mostraba el reflejo de un espectro
y justo allí, perdí el control de mi cuerpo y otra vez, no podía moverme.
La llave del lavabo se abrió, y
así como con mucha presión, no salía agua, sino excremento de olor muy
desagradable y ácido. Era tan espeso que la tubería se tapó y comenzó a
llenarse hasta que llegaba a su tope y se derramaba por el piso. Justo allí, el
espectro me esbozó una sonrisa. Y solo dije: “Mierda”.
Salí de allí corriendo a la
salida, del baño y del cuarto. A pasos agigantado y dejando mis huellas de
excremento en la cerámica blanca, llegué a la cocina. Me acerqué a encender la
luz pero alguien me colocó la mano en el hombro, como queriendo decirme que no
la encendiera. Volteé asustado, la nevera se abrió y un huevo rodó y cayó al
suelo, que al reventarse, un líquido negro se esparramó en su periferia.
“¿Quién me tocó?” pensé, me
acerqué lentamente a ver ese líquido viscoso y oscuro que se secaba rápidamente
en el suelo. Entonces escuché su voz:
“Morirás.” Y entonces, volteé
hacia él y con quemaduras en su cara, con el pie izquierdo faltante más que un
hueso que goteaba sangre, un disparo en la cabeza y un hacha en su mano, corrió
hacia mí y no dudó en ningún instante en atacarme. Coloque mis dos brazos en
modo de defensa como para que no se acercara y de un solo tirón, cortó mis
manos cuales cayeron al suelo y dejando mis muñecas a la intemperie, me empujó
contra la nevera y quedé de tal forma como si quisiera meterme dentro de ella.
Gritaba de dolor, me comencé a
sentir mareado por la pérdida de sangre. Con un revolver que no me percaté que
él de pronto tenía en su otra mano, me disparó ambas rodillas. Estaba sufriendo,
el dolor que sentía era inexplicable. Él solo reía diciendo que yo era un
imbécil. Me tomó de un brazo y me tiró fuertemente al suelo. Supliqué que se
detuviese, pero como furioso por mis palabras, gritó que me callara y cortó mi
pierna izquierda de un hachazo. Me estaba desmayando sintiendo el murmuro de su
voz. Lo último que alcancé a ver fue su rostro desfigurado arrancando los dedos
de mis pies con sus dientes horribles y descuidados. Fue allí donde con su
hacha cortó mi cuello. Vi como yo luego salía de mi cuerpo, como si fuese un
espíritu ambulante, él seguía mutilándome. Sacó los ojos de mi cuerpo y los
extirpó con sus manos y luego, como magia, desapareció.
Ahora, que me veo allí tirado,
recuerdo que el pacto que hice fue la consecuencia de mi muerte. Ahora veo tres
escalones, encaminándome a esa luz que me guía a algo que siempre desconocí:
Repetición de mi vida, reencarnación y paz eterna. Allí está, con quien hice el
trato, riéndose de mí y de la grandeza que me ofreció a cambio de mi alma. Él,
con su traje elegante y yo, ambulante.
Verga fue bueno
ResponderEliminarMuchas gracias. Saludos.
EliminarEnrique maricon :v
EliminarSebas gay :'v
EliminarMuy buen relato
EliminarBuenisimo. Se estaba riendo por que te ofrecio una oportunidad en su debido momento y rechazaste la mano extendida ahora eres tu el que se debe disculpar y pedirle perdon para aceptar de nuevo la mano. Att: El pecador
ResponderEliminarInteresante interpretación, me gusta mucho cuando eso sucede. Saludos, gracias por comentar.
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