Fue inesperado, como lluvia
intensa en verano. De intenciones ajenas a lo que hoy sucede, y lo que sucede
es algo que se deberá indagar. Me escondía detrás de una vitrina, o bien, algo
más electrónico; con mis manos frías producto del día nublado. Sí, es invierno.
Pero más que eso, decidí hacer pasos imaginarios hacia adelante pero estando
inmóvil. De pronto, la noche posterior algo me dijo que esto pintaba distinto.
Sin más qué decir, solo deje fluir lo que parecía ser algo más que una simple
conversación, llegaba más y más interés y con él, una invitación. Y creo que me
gusta y no es la primera vez que lo digo. Si el cristal era opaco es porque las
cosas se hacían difíciles y he llegado a la conclusión de que sí llega solo eso
que no puede tocarse pero es la convicción de lo que no se ve… fe. Recuerdo que
fue algo gracioso y nunca hubo condición. Porque no tendría sentido, pero sí,
creo que me gusta.
Puedo moverme de esta mesa
junto con estas letras que me encierran y pronto me vuelven periferia de una
circunferencia que gira con una velocidad angular constante, tanto solo para
concentrarme entre un mundo que se mueve en cómo sería sentir sus labios en los
míos, así como los imagino modelar en mi mente cada noche.
Estoy atento a todo lo que hace
aquél fruto que ayer se quedó olvidado sobre mi computador, a casi 460 km de
distancia de dónde hoy estoy, y es la misma distancia que tengo que recorrer si
quiero conocer lo que puede ser, una oportunidad. Sin embargo, el fruto permanece
oculto de tal manera que aunque lo busque, no lo encuentro. Y se pudrirá,
porque nada dura para siempre, nada que no tenga sustento y él ya fue arrancado
bruscamente de su árbol, de su racimo. Así que, no habrá problema alguno si los
ojos de ella me gustan, de tal forma que quisiera analizarla y juguetear con su
lengua y decirle quizás, que me gusta…
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