Estoy
aprendiendo a comprender que es sentirse cómo un estorbo. No te intuía, no te
entendía, aunque creía que sí lo hacía. Somos tan parecidos y a la vez tan
diferentes, ahora es evidente que donde hubo una oportunidad alguien no la
aprovechaba. Tal cual a mí me sucedió. Muchas veces te vi tomada de la mano
conmigo, sentía tu sonrisa aunque no te viera, tu cabello cual tocaba
encariñado con su belleza, la forma de tus ojos cuando decía una tontería y te
reías sin detenerte, me enamoraba más y más de ti. Pero tú no lo sabías
realmente, porque no ibas a creerme si lo decía, mis acciones se confundían con
las palabras que yo te hacía saber.
Nunca
creí en la magia, hasta que supe de tu existencia, una peculiar coincidencia
cual fue la consecuencia de mis trasnochos. Siempre esperaba atento a que la
noche se pusiera y la Luna, en mi ventanilla nos viera hablando. Tus labios los
imaginaba como siluetas que se marcaban en los míos, tu cuerpo que una vez
reposó en mi cama, donde te saque escalofríos y tus lunares eran sencillamente
mis puntos favoritos a besar. Recuerdo como, a las 01:09 el reloj anunciaba el
comienzo de aquella pasión que estaba ardiendo entre ambos. Porque tú me
atraías de una manera inexplicable. Recuerdo que besé tus pechos y succioné tus
pezones, nunca me había imaginado ese rico sabor, y placer que obtenía de ver
tus ojos voltearse de excitación, éramos ese enlace irrompible. Éramos nosotros
mostrándonos nuestro amor, nuestro amor oculto pero visible cuando sonreíamos
el uno con el otro. Fue la única noche, cuando reposabas tus largas cabelleras
en mi almohada, deseabas ser el calor que yo necesitaba en esa noche de frío,
estábamos ardiendo. Recuerdo que te diste vuelta y reposaste boca abajo y
escuchaba un susurro que no lograba entender, pero sabía qué hacer. Comencé a
besarte tu espalda y la curva preciosa que forma tus caderas. Rápidamente se
dio notar a tu piel espeluzarse cuando comencé a besar tus nalgas y besaba tus
glúteos, no me pude contener y bajé tus bragas, me deshice de ellas lanzándola
hasta el final de la cama y fue allí donde abrí tus piernas colocándome en
medio de ellas, besaba tu sexo, mi lengua supo de tu exquisito sabor y estaba
encantada jugando con él, más tus gemidos que pronto me dijeron lo próximo que
debía hacer.
Te
di la vuelta y besaba tu pelvis, tú agarrabas con las dos manos mi cabello
alborotado y te excitabas, lo sentía, era así, querías más y yo te iba a dar
más. Tu clítoris aunque estábamos a oscuras a excepción el reloj digital cuyos
números era color rojo, succionaba. Jugaba con mi lengua, introducía mis manos,
me deseabas… No pude evitarlo y pronto quedé desnudo. Subí besándote por el
abdomen y jugueteaba con tu ombligo y reías, oh, esa risa que me enloquecía…
Comencé besar tus labios y tus piernas, que se habían estirado por la cosquilla.
Pronto sin darme cuenta ya estaban en posición, tus pies estaban reposando en
la cama, tus rodillas flexionadas y me agarraste las nalgas y las apretaste,
fue extraño, pero luego que mordí tu labio inferior y te quejaste de un poco de
dolor, entré a tu cuerpo, al placer de lo que nuestro amor secreto pudo
apreciar. Mordías tus labios mientras entraba y salía lentamente de ti, y me
decías al oído: “Más rápido y no pares
por favor…” aún siento ese susurro en mi oído, aún recuerdo que cuando
desperté no estabas y me di cuenta que fue un sueño del cual no tenía que haber
despertado, porque, después que desperté, volvía a la realidad: tú sin mí, como
siempre fue, tú con tu amor y yo deseándote. En algún largo momento sentí que
eras para mí y yo para ti, ¿qué sucedió con ese presentimiento?
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